Estoy de baja. Para un autónomo estar de baja es algo inaudito, una sensación de extrañeza invade tu vida y de estar descolocado, teniendo en cuenta que yo paso 12 horas diarias en mi despachito de administración de fincas aislado de las idas y venidas de Mar la cada vez menos antitecnológica, su trabajo frenético preparando comidas, haciendo camas, lavando ropa, con tiempo para ir una hora al gimnasio, hacer la compra, acompañar a Roberto al dentista y sufrir estoica los desaires de Andrea la millennial snob, que no es amiga de madrugar ni de arreglar su cuarto. Ahora con mis sobrinas, Irene y Carolina, pasando una temporada en casa, el tema se complica. Observo que en una familia como la mía el salón está tomado, y necesitaría refuerzos o una visita imprevista para recuperar mis cuarteles de antaño, cuando todavía éramos una pareja sin retoños. Por la mañana, mis adorables sobrinas -exentas de ir al cole mientras mis cuñados se lo pasan pipa de viaje- se hacen con los mandos de la tele y se pasan al menos dos horas jugando al Fornite y al Fifa nosécuantos. Cómo diablos juegan tan bien, matando a hombres y mujeres con pinta de marine, o haciendo chilenas con el Cristiano Ronaldo. Cuando Roberto llega del cole, a eso de la una y media, entonces empiezan a ver todo tipo de anime que tiene grabado en un disco duro. Y para colmo en versión original subtitulada, Oliver y Benji renuevan sus aventuras con un japonés seco y rudo y los personajes de Dragon Ball se dan hostias como panes, soltando gritos inverosímiles.
Yo sigo, confinado en mi habitación, con el pie en alto, escuchando un podcast de Santi Camacho para calmar mi soledad, esperando que en un despiste pueda avanzar por el pasillo y ocupar un sillón que nunca abandonan para mi desesperación. Hay tregua durante la siesta, cada cual se retira a sus dominios a estudiar, reposar o lo que se tercie. Ya comido, se apodera de mi un vahído y caigo rendido por los vapores de la siesta. De seis a nueve resulta imposible avanzar por el campo de batalla, vuelven las huestes de la Generación Zeta a tomar posiciones, y si no tienen con que jugar, te activan Youtube en la tele con un concierto de Harry Styles, un cantante guaperas inglés, por el que suspira una de las sobrinas. Todo ello con la connivencia de Mar que por fin tiene un rato para reposar y jugar al Candy crush, o volverse a atrever con el Fornite, si así lo requiere la situación. Llegan las horas de duchas y cenas, y a eso de las once, ya todo el mundo acostado, me veo al fin delante del televisor para poder tener mi rato victorioso.
PD
Pero qué equivocado estaba. A los cinco minutos llega Andrea, que ahora combina los estudios con un trabajo de modelo, presurosa porque no puede perderse ‘La Resistencia’, el programa de Broncano que tiene a media juventud subyugada. Después tiene planes para ver nuevos capítulos de Netflix, y esta no suelta el mando por lo menos hasta las dos de la madrugada. Entonces maldigo el día en que me dejé convencer para esa suscripción ‘tan barata y guay’. Menos mal que me queda el podcast de Días Extraños, con él no me van a rivalizar.