La guerra caliente

La guerra cibernética ya no es la guerra de antes, cuando la guerra era como dios manda.

Publicado el 03 Ene 2018

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Antes había un campo de batalla y los ejércitos convenían día y hora para medir sus fuerzas. Respetaban las treguas para retirar los cadáveres y heridos del campo de batalla. Y al oscurecer, cada uno a su trinchera a descansar. Ahora en la guerra actual, no sabes por dónde te vienen los enemigos. Cada vez está más extendido el ataque de falsa bandera, países que se amparan en el anonimato para atacar impunemente dejando falsos señuelos para incriminar a terceros. La identidad de los cibercriminales es un enigma casi imposible de descifrar y los delitos se diluyen en los abismos de la Deep Web.

Los grupos terroristas se mueven entre las sombras para financiarse, radicalizar e instruir a su comunidad de fanáticos. En la ‘guerra híbrida’ actual confluye la actividad de los propios Estados que hacen el uso del sabotaje a centros críticos (caso Stuxnet y la central nuclear de Irán) o de injerencias para influir en la política de un país concreto, (los correos electrónicos de Hillary Clinton robados por hackers rusos). En la ciberguerra actual hay países que no se sonrojan y cobijan a corpúsculos dedicados a saquear los bolsillos digitales de empresas y ciudadanos disparando ransomware a destajo.

El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha prohibido a las agencias gubernamentales utilizar el software de la firma rusa Kaspersky Labs ante el temor de nuevas filtraciones. En España, los incidentes de alta peligrosidad se han duplicado en un año y los responsables institucionales de seguridad temen señalar con el dedo la procedencia de los ataques por temor a afectar a las relaciones bilaterales. Luego está el crimen organizado, que constituye toda una industria ‘Cybercrimen as a Service’ y que se dota de estructuras de mercado y ya supone en la actualidad el tercer mayor negocio del mundo, tras el tráfico de armas y de personas.

En España, los incidentes de alta peligrosidad se han duplicado en un año

También tenemos al hacktivismo, que en principio no responde a los intereses de un país sino que se mueve por una ideología anticapitalista con anhelos anarcodigitales. Allá donde reivindicar una causa que considere justa, allá acude presto Anonymous. Tras la activación del Artículo 155 para frenar la DUI catalana, este grupo puso en marcha la Operación ‘Free Catalunya’ y consiguió bloquear mediante ataques de denegación de servicio las webs del PP, el Tribunal Constitucional, y los ministerios de Economía y Fomento. En suma, los activistas tiran webs como rompen los cristales de un edificio, son más simbólicos que otra cosa y persiguen crear un clima de opinión contrario a las instituciones gubernamentales en cuestión.

La ciberguerra de ahora busca la contundencia viral, inutilizar infraestructuras críticas, y desactivar países (Rusia lo hizo hace cinco años con Georgia en 2008 y más recientemente con Ucrania, como consecuencia de la crisis de Crimea). La guerra de la información puede ser más agresiva cada vez, y hay a disposición otros armamentos de destrucción masiva como son la IA y el Machine Learning que, utilizados de una forma espúrea, pueden convertirse en demoledoras bombas de relojería. Las guerras ya no son lo que eran, ya dijo Einstein que la cuarta guerra mundial sería a pedradas. Pero de momento, controlar los mensajes, crear una verdad paralela (‘fake reality’) y envenenar a la opinión pública son las tendencias más pujantes, adobadas con ataques de mayor calado a infraestructuras y empresas. Si hasta los noventa sufrimos una guerra fría, en estos momentos nos acosa una guerra más que calentita.

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Redacción TICPymes

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