El término está de moda. Influencer es un anglicismo, es cool y suena bien. Sin embargo, desde tiempo inmemorial las marcas han utilizado a personas, sean o no famosas, y a los medios en función de sus propios objetivos empresariales.
Lo que ha determinado hoy el ‘boom’ de los influencers es el auge tecnológico y la efervescencia de las redes sociales, que ahora sí, favorecen la viralización del mensaje publicitario.
Sin embargo, un buen ‘casting’ de nuestro influencer se antoja necesario. Los problemas surgen cuando nuestro opinador opina más de la cuenta y presenta ideas opuestas a nuestros valores corporativos.
Tal es el caso reciente de Nestle que decidió prescindir del tuitero JPelirrojo tras mofarse en la red social del pajarito azul de la muerte del torero Víctor Barrio.
Los influencers han hecho de su afición por pisar charcos un medio de subsistencia, sin embargo al entrar en terrenos comerciales muchos de ellos pierden la frescura que les catapultó al éxito.
Expertos de EE.UU. apuntan en este sentido; los influencers del futuro deberán informar si lo que dicen es espontaneo, o forma parte de una campaña o contrato publicitario.
