Capítulo 3: Benditas vacaciones de Semana Santa

Siempre que evoco las vacaciones de Semana Santa de mi infancia, acabo deprimiéndome: música militar, procesiones a troche y moche, y la emisión obligada de Quo Vadis o Ben-Hur.

Publicado el 02 Abr 2018

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Ahora en el siglo XXI, por suerte, las cosas han cambiado. En vez de aquel televisor feo y sórdido de blanco y negro, hoy tenemos dispositivos para dar y tomar, y en mi casa hay más cargadores que baldosas tiene el cuarto de baño. Para un autónomo como es mi caso, Semana Santa es mejor tomarla de vacaciones, pues no te llama ni el Tato por teléfono y no rasco ni un euro. Pues nada, cónclave familiar para ver a dónde nos vamos.

Tras un intenso y tenso debate familiar, se aprueba por mayoría relativa alquilar un piso a cinco kilómetros de la playa, en medio de unos andurriales, pero que cumplía las condiciones exigidas por Andrea, la emprendora audaz, y Rober, el destripacacharros electrónicos, en connivencia con el voto materno, que como es de rigor, se volcó con la oposición, para escarnio de mi persona.

Se impusieron sus argumentos contundentes: conexión WiFi y smartTV con entrada USB, y una habitación para cada uno con todas las conexiones que requieren sus tabletas y demás enseres. Mis retoños millennials descartaron mi opción A: un piso a cien metros del mar, con piscina y campo de fútbol, y a un paso de un chiringuito marchoso con karaoke de música de la movida madrileña. Pues nada… allá que nos vamos, y tras dos horas perdidos buscando la casa entre las huertas de limoneros y granados, al fin avistamos aquel paraíso.

Fue llegar e irse todo al garete. Con la tormenta de aire, la antena se había desgajado y la tele solo sintonizaba programas del tarot y alguna emisora local infame. El WiFi no llegaba en condiciones y los dos se tiraron los cinco días haciéndose trampas para ver quién conseguía conectar a Internet. Ni que decir tiene que el pirata Rober ganó la mayoría de las veces, y Andrea se tiraba de los pelos, después de señalarle la cara con las uñas. Y la madre y yo discutiendo todo el rato sin parar. No se podía salir del aire que hacía, el olor de las acequias era insoportable y los bichos acudían las ventanas cada vez que encendíamos la luz… Benditas vacaciones…

POSDATA

El viaje de vuelta fue un auténtico via crucis de coches a dos por hora entre Albacete y La Roda; y yo que pensé que iba a librarme de las procesiones… Nada más llegar, me encerré en mi despacho y de descargué una película de romanos, en solidaridad con la crucifixión de Jesús

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Rufino Contreras

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